Yo era profundamente infantil, pero eso no significaba que percibía todo como una niñita... comprendía sus actitudes, esa sonrisas irónicas, y ese gusto por tener la atención de los demás. Lo admito, para mí ella nunca fue una rival, a ella le facinaba competir conmigo y yo cerraba los ojos gustando de la derrota... Porque perder, con ella era ganancia. Porque ignorar, era amar. Y así se me pasaban los días, mis sueños, todos mutilados por cumplir los de ella, por su felicidad.
Las buenas intenciones fueron inútiles. Cuando comprendió que para mí era insignificante, dejó de crecer, se voló el color de su cara bonita. Los rencores se albergan en el alma.
Cuando volvió en sí era tarde, no había forma de recuperar tanto tiempo invertido, tanto esfuerzo entregado a ser mejor ... mejor que yo.
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