miércoles, 13 de junio de 2012

¿Cómo estás?

¿Por qué las personas tienen que acompañar a un: Hola, Buenas tarde, buenos días, buenas noches, el ¿cómo estás? ¿Ah?
 Lo odio. Por lo hipócrita que es.
A nadie le interesa realmente saber cómo está alguien que se encuentra por la calle. Es un lío interesarse por alguien más, conocer sus inquietudes, sus impresiones mientras iba camino a algún lugar, menos sus dramas, sus dudas, sus temores, sus preocupaciones.
 Entonces... ¿para qué el: cómo estás?  Innecesario, porque finalmente aunque mencione que estoy jodidamente mal (como lo he hecho en varias ocasiones) la gente está tan acostumbrada al falso "bien, gracias" que ni siquiera se percata de la respuesta. O sino, se va incómoda.
 Definitivamente no me gusta el ¿cómo estás? , no me gusta el poco interés por la vida ajena, por el prójimo (...). No me gusta que me contesten con mentiras, me encantaría dedicar tardes, mañanas, noches a saber cómo están realmente.
 Y bueno, claro que esto es producto de un hecho específico. Me encantaría oirte, me gustaría escuchar tu historia, entender cómo haces para ser tan inmoral y no tener después culpa. Me gustaría ser esa persona con la que te desahogas, que te da paz, que está dispuesta a dejar todo botado por pasar otro día durmiendo junto a ti. Me gustaría que un día tu abrazo, abrace todos los problemas que me he inventado en tardes como estas. Me gustaría que nuestros besos sean sólo otra forma de contarnos las cosas.

domingo, 10 de junio de 2012

Anécdota

En el café, la vendedora hablaba con su colega acerca de la proyección que hacen los padres en la vida de sus hijos; sus planes, sus miedos, sus sueños, sus creencias. La escuché reflexionar acerca de eso, con el énfasis que uno le da a las cosas que le han impresionado recientemente. Que manera de gustarme el gesto en su cara. Una actitud simple que me transformó el día.
 No somos pocos los que nos cuestionamos todo, tanto, todo el tiempo.
 El círculo crece cada día más, se percibe en los ojos que reposan en la naturaleza, en la cabeza que descansa en las rodillas en la banca de una plaza, en la vista puesta en el cielo o en el suelo, mente  perdida en asuntos incorpóreos.
 Él tenía razón. No hay mal que dure cien años, ni tonto que lo aguante.